El 68% de niños de entre 10 y 15 años tiene un teléfono móvil. Su uso se dispara a partir de los 10 años de edad según el informe de uso de las tecnologías del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad
“Espiar o no espiar” esa es la cuestión que atormenta a muchos padres con la mirada atenta en el terminal de sus hijos. Se trata de una práctica controvertida en el que la ley no ofrece una respuesta clara.
La Ley Orgánica 1/1996 de protección jurídica del menor dicta que ”los menores tienen derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”. Este derecho incluye el secreto de las comunicaciones y en consecuencia también su terminal. En consecuencia solo la autorización de un Juez le habilitaría formalmente para ejercer esta práctica.
Por otro lado, existe la patria potestad o principio mediante el cual la jurisprudencia entiende que los padres deberán velar por el cuidado y protección del niño. Protegerlo frente a peligros y amenazas de la red puede por tanto justificar una intromisión ya que teóricamente se le estaría salvaguardando de una amenaza objetiva.
Los niños pueden mantener conversaciones con extraños, sufrir ciberbullying, ciberacoso y grooming. Existen sentencias en las que la Justicia otorga la razón al progenitor que ha supervisado el terminal al entender que proteger al menor puede primar sobre su derecho a la intimidad.
Pero una cosa es revisar y otra espiar. Algunos padres ejercen todo tipo de conductas controladoras que no tienen cabida en la ley. Leen conversaciones diarias, acceden a e-mails y hasta crean perfiles falsos para husmear en la vida de sus hijos.
En el mercado han surgido todo tipo de apps, se trata de tecnología de “control parental”. Ofrecen informes sobre desplazamientos, copias de conversaciones, sitios web visitados y WhatsApp enviados. Son altamente intrusivas y pueden llegar a los tribunales cuando se abusa del supuesto “control parental”.
Controlar el terminal puede convertirse, además, en una mala práctica mediante la cual vigilar a la ex pareja, observar sus movimientos y cotillear en el style life que desarrollan padres e hijos cuando están con el progenitor contrario.
Espiar el móvil de un menor también puede dañar el vínculo emocional que se mantiene con el niño. Genera pérdida de confianza y le empuja a percibir su teléfono como una amenaza familiar ya que en muchos casos para un niño tener prohibiciones es un aliciente para saltárselas.